Hacia 1630, el conde duque de Olivares amplió el Cuarto Real del monasterio de San Jerónimo del Prado para dar mejor acomodo a su aún maleable monarca Felipe IV. El nuevo Cuarto terminó por ser palacio y se extendió incluyendo plazas, un odeón, jardines, estanques, ermitas, canales para navegar y otros entretenimientos para que los retiros espirituales del rey fueran “buenos retiros”. El vasto palacio atesoró entre sus muros una de las mayores colecciones artísticas de Europa. Allí coincidieron genios del Siglo de Oro como Velázquez o Calderón, y entre todos y con todo hicieron de “El Buen Retiro” una tramoya escenográfica esplendida para Felipe IV.

 

Las reformas de Felipe V, ya en el siglo XVIII, lo modificaron afrancesándolo cuando tuvo que servir de residencia regia mientras se construía el nuevo Palacio Real. La Guerra de la Independencia fue la causa definitiva de su ruina a manos de las tropas napoleónicas. Sin embargo aún perviven algunos restos de sus dependencias diseminadas por el actual barrio de los Jerónimos. Desde luego la iglesia del viejo monasterio, matriz de todo el proyecto desde que allí jurara su principado Baltasar Carlos en 1630. También el viejo Salón de Baile, luego transformado en el Casón del Buen Retiro. La parte del viejo palacio que contenía el Salón de Reinos, luego convertido en Museo del Ejercito y ahora a la espera de nuevos usos. Y la mayor aportación legada a la ciudad de este viejo Real Sitio: el Parque del Retiro, que esconde bajo su aspecto decimonónico la memoria del viejo parque regio.

 

Plano en mano iremos en busca del Buen Retiro, reordenando las piezas de este puzle de restos para recomponer el antiguo palacio. Los textos de cronistas y literatos nos ayudaran a evocar la parte no material, aquel paraíso de lo efímero donde triunfó la música, el teatro y se solazó el ánimo algo atormentado de un rey en sus peores momentos.

 

Equipo Vademente