Toletum, ibi parva urbs erat, sed loco munita. Así describía Tito Livio el Toledo recién conquistado por Roma: una ciudad pequeña pero fuerte por su ubicación. Nada se puede entender de Toledo sin reflexionar sobre su emplazamiento, ni su historia, ni su estructura urbana, ni su paisaje humano, ni su lectura simbólica a lo largo de los siglos.
El Tajo ciñe un macizo cristalino obligando a la ciudad a retrepase sobre él hacia el cielo para ponerse a resguardo. Sus cimas urbanas son los atributos de su poder: la torre catedralicia y la mole del alcázar de los Habsburgo. Un simbolismo sólo comprensible cuando se observa la ciudad desde fuera, tal como lo hizo El Greco. Este profundo foso natural cerca y define una ciudad semejante a un microcosmos. Sólo dos puentes, un barco de cable, un artificio para subir agua y unas pocas puertas daban acceso a esta especie de isla flotante en el vacío. El desnivel entre el cercado peñasco y el territorio circundante es tan vertiginoso que por fuerza debía desanimar al que no había sido invitado a pasar.
Recorrer el torno del Tajo por sus riberas es una rara experiencia. Arriba bulle la ciudad, que raramente se asoma al desfiladero por algún eventual mirador. Abajo un mundo manso de arboledas, de umbrías peñas, de azudes, molinos y batanes, de forjas donde se templaba en las aguas del Tajo el famoso acero toledano. Lugares propensos a las nieblas, donde a decir de algún poeta, habitaban las ninfas Filódoce, Dinámene, Climene y Nise. Un periplo en torno a la peña que les proponemos recorrer porque, como en todo margen, el caminante se escapa de los tópicos y descubre realidades que, al menos en este caso, se cargan de cierta poesía.
Equipo Vademente
VISITAS CULTURALES DE UN DÍA
Toledo y el Tajo, cerco a la ciudad inexpugnable
RELLENE EL FORMULARIO SI DESEA MÁS INFORMACIÓN


