Aunque su territorio estuvo poblado desde la prehistoria, Madrid entró documentalmente en la historia en el siglo IX, durante el emirato cordobés. De la vieja medina islámica apenas quedan restos y de la vieja villa cristiana no muchos más. La designación de Madrid como capital yuxtapuso primero sobre ellas las cortes de los Habsburgo y los Borbones y después el trepidante crecimiento de la urbe moderna.
Sin embargo, aún cabe la posibilidad de rastrear por sus calles la memoria de la vieja ciudad medieval. Aparece cuando advertimos el carácter defensivo de su emplazamiento fundacional, un promontorio desde el que se otea la Sierra del Guadarrama. Lugar fronterizo y estratégico que fue razón de ser de su origen. Permanece también en su trama urbana, en su toponimia, en la sucesión de callejuelas y plazas recoletas que aún componen buena parte de su centro histórico. Por estos vericuetos descubrimos los antiguos usos de la vida cotidiana como el mercado, el trabajo gremial, la vida vecinal o la espiritualidad. Por medio, se trufan los testigos monumentales que el arte nos ha legado: iglesias, palacios y despojos de viejas murallas que tímidamente mantienen el recuerdo de aquellos tiempos.
Desde la Plaza de Oriente, en torno al llamado barranco de San Pedro y la colina de San Andrés, nuestro periplo recorre los recodos y recovecos de la que primero fuera medina luego villa y más tarde en Corte. Espacios donde podemos evocar un Madrid antiguo que difícilmente asociamos con la gran ciudad contemporánea.
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Madrid medieval, de Medina Mayrit a la Villa y Corte

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