Pocos proyectos urbanos han sido tan fecundos como el de Carlos III para reformar el Prado Viejo de San Jerónimo. En primer lugar porque no sólo transformó el espacio precedente sino que determinó, por su ejemplaridad, el desarrollo y organización posterior del crecimiento de la ciudad. Por otra parte, porque aportó un contenido ideológico que determinó no sólo su aspecto urbano y artístico, suno que implantó un paradigma de desarrollo de obras públicas en beneficio del profreso y el beneficio general.
El Prado Viejo fue lugar de galanteo, de ir a ver y a ser visto, de pasear por las umbrías riberas del arroyo Valnegral. La intervención carolina urbanizó aquel espacio periurbano. Sorerró el arroyo, pavimentó sus vías, reordenó espacios y arbolegas formando avenidas adornadas por fuentes monumentales. El resultado fue un espacio social moderno, racional e integrador. Pero además esta reforma insertaba en la ciudad un "barrio" completo dedicado al progreso científico bajo los presupuestos del ideario ilustrado. El Paseo era un continuo de instituciones dedicadas a la Astronimía, la Medicina, la Física, la Química, la Botánica, concluyendo en una Academia científica con Museo incluido. El Prado no sólo era un elegante escaparate, sino la integración en la socidad de una ideología en la que la Ciencia era el paradigma del progreso social.
Entre el Cerro de San Blas y Cibeles esta "Colina de las ciencias" fue el espacio donde brillaron juntos los genios neoclásicos de Hermosilla, Sabatini, Villanueva y Ventura Rodríguez, junto a los de la primera gran generación de científicos modernos españoles.
Equipo Vademente
VISITAS CULTURALES DE MEDIO DÍA
El Madrid ilustrado de Carlos III, la colina de las ciencias
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