“Doña Municipalidad va a dar a luz una gran vía” cantaban a coro las calles afectadas por el primer proyecto de la Gran Vía “reunidas por un recurso mágico” al comienzo a la conocida zarzuela estrenada en 1886. Aquel parto del siglo sobrevino en 1910, y el nuevo proyecto, el actual, era aún mayor, un “trastorno tan fenomenal” que cambió Madrid para siempre.
Clubes sociales, hoteles, compañías de seguros, joyerías, salones de moda, grandes almacenes, librerías, teatros, cines, salas de música, coctelerías, neones, arquitectura historicista, art decó, racionalista… todo esto y algo más fueron los ingredientes de La Gran Vía. Un microcosmos dentro de la ciudad, una brecha de neones en su corazón histórico, como un magnífico escaparate que tan sólo con girar tras él nos descubre su carácter de bambalina. Nacida como un vía de comunicación entre el oeste y el este pero concebida como la cara moderna y cosmopolita de Madrid.
Por todo ello, la Gran Vía ofrece una magnífica lección de arquitectura contemporánea, desde el historicismo de los primeros decenios del siglo hasta las apuestas de vanguardia de los años treinta. Tan moderna era que no se miró tanto en el espejo de los boulevards parisinos o de las streets londinenses como en las avenues de Chicago o Nueva York, adquiriendo un tono nocturno de Music-Hall y un ambiente diurno de comercios elegantes, cines, coches y art decó. Una vía de tanta entidad que no necesitaría que nadie le prestara su nombre. No extraña que el primer rascacielos del país fuera construido en su mismo centro.
A sus cien años recién cumplidos, esta sigue siendo la gran calle de Madrid, testigo del proceso político y social del siglo XX, escenario urbano de su modernidad y sus derrotas.
Equipo Vademente
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La Gran Vía, un escenario para el siglo XX
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