El Páramo alcarreño se quiebra cuando se asoma a la Campiña. Desde las alturas de Trijueque, apostado en la cornisa del páramo, se divisa la cuenca escavada por el Tajuña y el Henares. Esta campiña se extiende por tierras de Hita y Jadraque hasta Uceda. Muchas gentes pasaron por estos valles, arciprestes famosos, princesas francesas e italianas, y algún atribulado ministro ilustrado amigo de Goya, pero hay un personaje y una familia de especial relevancia. El individuo fue Rodrigo Díaz de Vivar “el Cid” y la familia los Mendoza, los poderosos nobles de origen alavés que dominaron por siglos estas tierras.
Al pensar en El Cid evocamos un tiempo de castillos, caballeros y honor. En Jadraque hay un castillo del Cid, sin embargo el de “la barba bellida” no plantó los pies en él jamás. Fue Pedro González de Mendoza quien quiso evocar viejos tiempos de caballería construyéndolo. Los Mendoza decían descender de Laín Calvo, el suegro del guerrero castellano, y el cardenal, en una suerte de sueño neogótico, creo para uno de sus “pecados” el condado del Cid. El hijo se llamaba Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza y habitó el castillo como reencarnación del Cid junto a su señora Leonor de la Cerda. Tiempos curiosos porque mientras vivían en un castillo como señores medievales de pega, su suegro, el duque de Medinaceli, les regalaba uno de los primeros palacios renacentistas españoles en la cercana Cogolludo.
En estas tierras de vegas, páramos y cerros testigo, se filtran historias reales e inventadas, se muestra el tránsito entre las mentalidades que fueron construyendo nuestra historia. El Cid y los Mendoza son dos hitos que nos servirán para recorrer una tierra vieja y cargada de historia y arte.
Equipo Vademente
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