Estar en medio de las disputas de dos caracteres fuertes y enconados por viejas rencillas, como los de Alfonso I “el Batallador” de Aragón y Alfonso VII “el Emperador” de Castilla, puede resultar incomodo. Este fue el caso de Molina de Aragón. La taifa andalusí fue conquistada por el aragonés en 1129, poco después de la firma del Tratado de Támara que puso cierto orden en las fronteras entre Castilla y Aragón. Pero Molina fue repoblada por castellanos y ahí empezó el lío. Muerto Alfonso I sin descendencia, la corona aragonesa pasa a su hermano Ramiro II con quien medió un noble castellano influyente a ambos lados de la raya: Manrique de Lara. Este logró para si el Señorío de Molina, independiente aunque bajo vasallaje de Castilla.
Manrique y sus descendientes otorgaron fuero, organizaron una Comunidad de Villa y Tierra que pronto prosperó y atrajo nuevos pobladores. Durante dos siglos los Lara levantaron fortalezas, iglesias, conventos y palacios. Este rico territorio fue un enclave estratégico entre reinos. Los monarcas reconocieron rápidamente esta importancia y Fernando III “el Santo” obligó al díscolo Gonzalo Pérez de Lara, tercer señor de Molina, a dejar como heredera a su hija Mafalda que se casaría con el infante don Alfonso, hermano del rey. Comenzó así la anexión del Señorío a la corona, que remató cuando al fallecimiento de María de Molina, esposa de Sancho IV, pasó a Señorío Real. Aún hoy el rey de España es Señor de Molina.
El río Mesa se encajona en una espectacular brecha que marca la linde entre Aragón y Castilla. Al otro lado nace el gran río de la Marca Media: el Tajo. Como metáfora de aquellas abruptas y bélicas fronteras de otro tiempo, estos cañones del Mesa y del Tajo nos llevan a épocas poco dadas a la Paz pero capaces de expresarse a través del arte.
Equipo Vademente
ITINERARIOS CULTURALES DE FIN DE SEMANA
del Mesa al Tajo, caminos de Aragón y de Molina
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