El Júcar y el Huécar antes de llegar a Cuenca no pueden ni intuirse. Cuando llegan a ella tampoco, de hecho ni se ven, cada uno va empotrado en su barranca, cortando muros calizos sobre los que la ciudad cuelga los suyos sin vértigo aparente. Cuenca parece domarlos, ponerlos a trabajar para que construyan su foso defensivo. Por fin, cuando sus aguas han tallado todo el promontorio, la ciudad se relaja y les permite toparse por sorpresa y dejar que se unan. El resultado es un espectacular enclave natural continuado en las alturas por una magnífica ciudad medieval que parece mimetizarse con él.
Cuenca fue ciudad islámica de importancia. Alfonso VIII la conquistó para Castilla y ordenó levantar una esplendida catedral para la que sirvió de inspiración el gusto de la reina Leonor, hija del rey de Inglaterra. Se erigió así la primera catedral gótica de Castilla, junto a la de Ávila todo sea dicho, pero en este caso bajo la influencia del gótico normando. Rarezas a parte, Cuenca es una larga calle que asciende desde la confluencia de sus ríos o desciende desde la prominencia del arco de Bezudo. A ambos lados, la ciudad queda comprendida en un estrecho espigón, volteando a un lado u otro sus caras hasta el borde mismo del abismo, incluso, y con cierta vehemencia, colgándose fuera de él.
Cuenca ofrece una doble dimensión, la de ciudad histórica y la de paraje natural. Un buen ejemplo de la sabia conjunción de la mano del hombre y la naturaleza para crear un todo armónico. Les proponemos una visita a esta ciudad Patrimonio de la Humanidad para disfrutar tanto de su patrimonio artístico como natural.
Equipo Vademente
VISITAS CULTURALES DE UN DÍA
Cuenca, la ciudad colgada del espolón
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