La falta de uso, el crecimiento y el “progreso” terminaron por derribar las murallas de casi todas las viejas ciudades liberando sus caseríos del corsé de tiempos pasados. En Ávila no pasó, aquí la muralla aún mantiene su carácter contenedor. Este hermetismo se ve reforzado por su forma de rectángulo casi perfecto. Es una pieza de aspecto compacto, que no trepa y retrepa, como otras más equilibristas, sino que se asienta firme determinando un perímetro neto, de castro romano. Es tal su entidad que, más allá de la justificación de un progreso lento, quizá por ello permaneció, por su rotundidad excepcional y definitoria, por el carácter altamente simbólico que siempre tuvo desde la refundación de la ciudad por Raimundo de Borgoña.
El espacio cercado quedó encapsulado por siglos. Intramuros, Ávila se mantiene en lo esencial. Plazas, iglesias, palacios de linajes ilustres y una catedral mimetizada, cómo no, con la muralla. Esta ciudad, llamada “del Rey” o “de los caballeros”, se muestra austera, granítica, sobria, introspectiva. Su catedral ejemplifica bien ese carácter. El rudo y castrense exterior contiene el delicado trabajo sobre alabastro de los primeros escultores renacentistas castellanos. Toda una metáfora del espíritu abulense, donde bajo la piel acorazada y adusta vibra un ánimo dado a la mística y las emociones.
Buscamos la mirada atenta que confirma los tópicos pero amplía su márgenes y los hace flexibles. Les proponemos recorrer una ciudad semejante a un ejercicio de cantería racional y metódico que contiene, como la reciedumbre de su muralla, un “alma de fuego” y un “espíritu en llamas” como calificara el poeta a algunos de los santos que la habitaron.
Equipo Vademente
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