Es fácil pensar que todo aquello que más vale debe estar a buen recaudo, y qué mejor resguardo que una imponente muralla. En Ávila esto es tan cierto como relativo. En sus 33 hectáreas amuralladas están la catedral, los palacios, las plazas de mercado, conventos e iglesias. Pero fuera del recinto amurallado, a sus mismas puertas, encontramos monumentos y espacios tan significativos como los escondidos tras el muro.

 

Extramuros, Ávila conserva una parte destacada de su patrimonio, tanto que la protección otorgada por la Unesco a la ciudad se extiende específicamente a este área. Ermitas, parroquias de arrabal, basílicas o grandes monasterios componen un extraordinario mosaico monumental que abarca desde la Edad Media a la Moderna o desde el Románico al Barroco. Tras sus muros se guardan obras maestras de la escultura, la pintura y las artes menores, e incluso raros ejemplos del arte oriental.

 

Pero hay una diferencia sustancial entre ambos ámbitos: sus protagonistas. Intramuros fueron los obispos, los linajes o los reyes los que disfrutaron de las recompensas logradas en este mundo. Fuera de la cerca estuvieron las moradas de los santos, espacios de creencia, evangelio y oración cuyas recompensas estaban por venir. Un territorio espiritual, ligado a la memoria de mártires y de santos evangelizadores y contrarreformistas. Hombres y mujeres que han forjado en gran medida la fama universal de esta ciudad. Santos del trajín, del camino, de dar la vida y la palabra, que buscaron la fortaleza de sus moradas en la Fe antes que en los recios muros de granito que protegían a los señores de este mundo.

 

 

 

Equipo Vademente